Dicen que uno de los días más tristes y deprimentes del año reside en ese punto medio entre la resaca de las Navidades y los bolsillos vacíos de la cuesta de enero. En en ese tiempo indeterminado donde habitan las ganas de ser diferente, donde la agenda aparece subrayada en el color ilusión y donde nos creemos un mundo posible.
Pasear un domingo de enero, cualquiera de frío y sol, a esa hora en la que las digestiones reposan excitadas en baños de alcohol y las colas de los cines recuerdan que aún hay gente que cree en los sueños en butacas rojas.
Madrid. Domingo de enero. El semáforo en verde, el coche no arranca, el claxon perturbador. La ropa de misa de doce. Manos entrelazadas. Palabras susurro tan solo para dos. Silencio (a su manera). Bancos soleados de frío con viejitos sin tiempo.
Dicen que uno de los días más tristes reside en ese tiempo invisible que nos recuerda que ya estamos en otro año y nosotros tan contentos. Paseando nuestros pensamientos entre tanta gente.
Persigo las ganas de una buena canción. Música que cubra tanta somnolencia. Nana, nana… Silencio, un silencio de Sol: melodía para un domingo de enero.
Domingo de enero

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